Por Raúl Bermúdez
El Obispado de San Martín (General San Martín y Tres de Febrero), organizó una jornada para reflexionar sobre los consumos problemáticos, el pasado sábado 24 de setiembre. El encuentro comenzó en el Colegio Niño Jesús, de Santos Lugares para culminar con una Misa en el Santuario de Nuestra Señora de Lourdes, presidida por el obispo Monseñor Martín Fassi y concelebrada con otros sacerdotes. Entre ellos, los padres Pepe Di Paola, Adolfo Benassi y Nibaldo Leal, de amplio trabajo social en los barrios de José León Suárez.
Hubo dos comisiones de análisis: una “desde lo barrial” con exposiciones como las del Esteban “El Gringo” Castro, Secretario General de la Unión de Trabajadores de la Economía Popular (UTEP) y otra “desde la educación”, que contó con la presencia del ministro bonaerense Alberto Sileoni.
Participaron comunidades parroquiales, colegios católicos, la red de Hogares de Cristo y organizaciones sociales y políticas con actuación territorial en la diócesis. Entre otros dirigentes y funcionarios se hicieron presentes el Ministro de Obras Públicas de la Nación, Gabriel Katopodis, el Intendente Municipal de General San Martín, Fernando Moreira y la Secretaria para la Integración Educativa, Cultural y Deportiva sanmartinense, Nancy Cappelloni.
Esta bienvenida iniciativa de “sensibilización” de la Iglesia Católica, nos mueve a realizar algunas breves reflexiones: solemos asociar las “adicciones” con las sustancias tóxicas, sean alucinógenas o no, legales o ilegales. Hablamos de “drogas” como algo que anula la voluntad, sin reparar en que todo medicamento está hecho en base a alguna droga, sea esta natural o sintetizada en laboratorios.
En realidad, hay múltiples consumos y actitudes que no consideramos en términos de adicciones, pero que generan fuertes dependencias con consecuencias negativas para la vida personal y social. Entre otras los juegos de azar y de apuestas, diversas comidas y bebidas, con o sin alcohol y muy dañinas para la salud, entretenimientos y “jueguitos” electrónicos, los teléfonos celulares que se han convertido en una suerte de “prótesis”, que no nos puede faltar, el consumo y la acumulación de bienes innecesarios y suntuosos, por parte de quienes tienen el poder económico para hacerlo, o peor aún, el acaparamiento de instrumentos sociales de cambio, como lo es el dinero, sin ningún fin productivo o creativo, etc.
Es decir, hay “drogas” autorizadas o prohibidas, caras o falopas, dañinas en sí o sólo en exceso, de efecto inmediato o lento y acumulativo, que pueden ser sustancias, cosas o actitudes.
Pensamos en las personas adictas como individuos que padecen una enfermedad, a quienes hay que aislar, curar, re-cuperar, contener, etc. Sin negar la dimensión individual, queremos llamar la atención sobre el aspecto social del problema. Todas las formaciones sociales históricas han tenido y tienen sus adicciones. Cuanto más injusta es una sociedad, empuja con su falta de oportunidades, a las personas más vulnerables hacia algún tipo de adicción.
También, cuanto más vacía de valores, ideales y proyectos comunes está una sociedad, más induce a las personas a salidas individualistas, rápidas y a cualquier precio, como sinónimo de éxito. Cualquier consumo se torna “problemático”, cuando afecta nuestra salud, física o mental, y cuando resquebraja nuestras relaciones sociales y comunitarias.
Si nos preocupa este problema creciente, no lo ubiquemos afuera. No lo pensemos en términos punitivos de castigo a las personas adictas. Ellas son el emergente, el síntoma, el eslabón más débil de una cadena social que se rompe. No confundamos narcos con transas. Unos y otros están al margen de la ley. Pero la transa ocurre en las esquinas y reductos de los barrios, y se torna un modus vivendi fácil para muchas personas, con sólo pagar puntualmente un impuesto al Jefe de Calle policial. Nadie puede vender sin “arreglar”. Lo sabemos.
Narcos, en cambio, son personas organizadas, cartelizadas, de alto poder económico, que controlan porciones de uno de los principales negocios ilegales, luego blanquean o lavan sus ganancias, con la ayuda de oficinas especializadas de los grandes bancos internacionales, para poder invertir entonces en empresas legales y registradas. Las podemos encontrar en los barrios más caros y cerrados, envían a su descendencia a colegios y universidades privadas de elites y suelen figurar entre los accionistas de grandes grupos económicos. Como decía un entrañable viejo de mi barrio “No confundamos gordura con hinchazón”.
Si de verdad sentimos preocupación, salgamos de nuestro metro cuadrado, participemos de algún modo en la construcción de comunidad organizada y solidaria, trabajemos por una Patria más justa e inclusiva, porque esta es la mejor tarea preventiva que podemos realizar.