EDITORIALES

CUANDO SIMÓN FUE PEDRO Y JORGE FUE FRANCISCO

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Por Raúl Bermúdez

Jesús fijando su mirada en él, le dijo: Tú eres Simón, el hijo de Juan, desde ahora te llamarás Cefas (Pedro) que quiere decir piedra.” La conocida historia se relata en el primer capítulo del evangelio de San Juan. Cefas, Kefas, Petros, Petrus, Pedro, desde el arameo que hablaba Jesús hasta la escritura de los evangelios y sus traducciones: griego, latín, español, hay un único significado: Piedra-Roca.

Un viejo rito vaticano indicaba que el cardenal camarlengo (encargado de cámara o camarero) golpeara tres veces con un martillito de plata la frente del Papa fallecido mientras lo llamaba “Petrus”. Ante el silencio certificaba que el Papa había muerto.

Pedro fue el primer pontífice de la historia de la Iglesia, instituido por el mismo Jesús y Franciscus fue el último Papa que tuvimos hasta el momento ¿Cuál es el hilo conductor y milenario que une al pescador galileo, con el porteño argentino del barrio de San José de Flores? En primer lugar sin duda, el llamado inevitable, ineludible, de Jesús “fijando su mirada” en ellos. Elegidos a pesar de sus flaquezas, pecados y errores humanos.

Juan cuenta, en el capítulo 21 de su Evangelio, que presenció cuando Jesús Resucitado le predijo a Pedro su futura muerte por martirio ¿Qué le dijo a Jorge Bergoglio cuando este sintió que el Maestro lo miraba y lo llamaba? Nunca lo sabremos. Tal vez que debería soportar y resistir, hasta el último suspiro, las intrigas y conspiraciones, dentro y fuera de la Iglesia, de quienes no quieren perder sus privilegios mal habidos, a costa del sufrimiento de los pueblos.

Ya es un lugar común hablar de las virtudes del pontificado de Francisco: Renovó hasta dónde pudo la Iglesia, la acercó a la gente de carne y hueso, nos recordó que los últimos serán los primeros, es decir, quienes padecen la explotación de sistemas económicos inhumanos, la pobreza y la miseria que podrían evitarse, las migraciones forzadas, la violencia de la guerra. Nos llamó a cuidar la Pacha Mama, la casa común. Abrazó las diferencias y las disidencias, empoderó a las mujeres en el gobierno de la Iglesia Romana, acostumbrada a ser gobernada por hombres de avanzada edad que tienen prohibido formar familia, contraer matrimonio ni tener descendencia.

Predicó que la justicia social no es “una aberración” como algún insensato ha dicho, sino la expresión viva del Evangelio en las naciones. Pidió a los jóvenes hacer lío y organizarlo, para construir un mundo más fraterno y solidario. Llamaba cotidianamente al párroco argentino de la Franja de Gaza, para saber cómo estaban las cosas, qué necesitaban, en medio del infierno genocida. Fue una luz para cristianos y no cristianos, alumbrando con la enseñanza social de la Iglesia la noche histórica del capitalismo salvaje. Cultivó la “teología del cuidado” en el mundo del descarte. Eligió el nombre de Francesco d´ Assisi, aquel al que Jesús le dijo: “Reconstruye mi Iglesia”, en medio de un pantano de corrupción clerical. Eligió ser enterrado fuera del Vaticano en un templo dedicado a María, la mamá de Jesús, como buen hijo de Latinoamérica, el “continente mariano”. Y tanto más que ya se ha dicho, con más extensión que la posible en esta breve nota.

Pero por sobre todas las cosas Francisco fue Piedra de construcción de comunidad, fue “pastor con olor a ovejas” como le gustaba decir. Fue Pedro, el pescador de las redes, y quienes tenemos a Jesús como Maestro y Señor, bien sabemos lo que eso significa.

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