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TAN LEJOS Y TAN CERCA: DE RUSIA A JOSÉ LEÓN SUÁREZ

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Nuestro colaborador literario, becario en la Federación Rusa, para realizar estudios de periodismo, comparte en esta crónica, sus vivencias, en una  ciudad fronteriza y medieval, donde conviven y contrastan el presente y el pasado. 

RUSIA COMIENZA AQUÍ

 

Por Emiliano Hernán Vallejos

Pskov es una pequeña ciudad rusa, situada en un "Óblast" o región, lindante con Bielorrusia, y los Estados Bálticos de Estonia y Letonia. A orillas del río Belikaya (o "Río Grande") junto a las murallas medievales del Kremlin de Pskov, un letrero de considerables dimensiones nos recibe con la frase " Rusia comienza aquí”. 

Pskov fue en el siglo XIV una importante república independiente, que fuera anexada a Moscú  en el año 1510. La identidad "Peskoviana" se siente en las calles, con monumentos arquitectónicos por doquier. Nadia y Alina son dos jóvenes funcionarias públicas con quienes hacemos un recorrido por el lugar. Al interrogarlas sobre la República de Pskov, dicen: "eran los mejores tiempos". ¿Escuché bien?.... Entiendo que su español no es muy pulido a pesar de su casi perfecta pronunciación, ya que hablamos de varios siglos atrás, tiempos en los que estas mujeres no existían. ¿Añoran algunos Pskovianos una independencia que no conocieron?

Para responder a esta pregunta, ligada a una cuestión simbólica, de identidad más que de secesionismos, solo hay que mirar estatuas... por ejemplo de Olga, una mujer de origen varego,  parte de la realeza de la región, quien es considerada una santa por los lugareños. Fue regenta del mismísimo “Rus de Kiev”, la más importante unidad política que tuvieran los eslavos de la antigüedad. Recomendamos leer más sobre su interesante historia. Fue y es importante, a tal punto que muchísimas damas del lugar se llaman así: “Nueve de cada diez mujeres de la ciudad nos llamamos Olga”, nos bromea una empleada de un establecimiento educativo. Los Pskovianos tienen identidad propia, y lo hacen saber.

La Santa Olga tiene un puente con su nombre, que cruza el río Belikaya y que al igual que  la historia del lugar, forma parte de las incesantes transformaciones políticas y sociales del pueblo ruso. Es nuevo, pero es viejo. Nuevo porque el anterior fue derribado por los nazis en la segunda Guerra mundial, y viejo porque fuera restaurado durante el período de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). ¡Pero no es hace tanto! He aquí otra particularidad del pueblo ruso: Hablar de la "época soviética", como si se tratará de algo excepcional, tanto para quienes la añoran como para sus detractores.

En la aplicación " Avito" para celulares -una especie de "mercado libre" ruso- se venden ollas viejas a precios exorbitantes, con el argumento de que son de los tiempos soviéticos. Los objetos de la Unión Soviética son valorados con la importancia que un arqueólogo le da a un hallazgo de alguna civilización precolombina. Sin dudas esta “disociación” de la historia reciente no es inocente. Es notable como el nuevo poder político y económico construido alrededor de los escombros de la vieja Unión Soviética no extraña en absoluto aquel "socialismo real" y la bajada de línea es clara: Hay respeto para la URSS, pero eso, ya pasó.

El contraste entre el pasado y el presente se da en las calles: KFC es una empresa de comida chatarra de capitales norteamericanos. No ha cesado su giro comercial a pesar de las sanciones internacionales, a instancias de la operación especial en Ucrania, y se emplaza en la bonita " Octiabiarsky Prospekt " (Avenida de Octubre), frente al cine "Pobeda" (Victoria).

Las calles son un continuo recordatorio del pasado soviético: "Calle de los partisanos rojos", " Karl Marx ", y aquellas que evocan a los trabajadores, como la "Calle de los ingenieros". Todas son transitadas por adolescentes en modernos monopatines eléctricos con poco respeto por los “camaradas” peatones de más edad. Incluso, el estadio donde el club FK Pskov hace de local en la liga del Noroeste, se llama " Constructores de automóviles ", un nombre algo peculiar para una cancha de fútbol. Nuestra amiga Alina, nos cuenta que vive en una “Krushovka”, una  vivienda en monoblock típica de tiempos en que Nikita Krushev estaba al mando detrás del “telón de acero”. El pasado soviético de Pskov es palpable, tanto, como un tanque T 34 (de la Segunda Guerra Mundial) reposando en una plaza.

Acompañado de un café y un pan armenio, me propongo  improvisar una merienda en un banco de dicho parque (sí, el del tanque). Estoy algo exhausto por la caminata. Los cuervos me analizan detenidamente... ¿corre peligro mi hogaza de pan?, las palomas, a las que como porteño estoy más habituado, desfachatadamente me rondan alrededor mendigando aunque sea unas miserables migajas, pero los cuervos siento que conspiran.  Me interrumpe de mi paranoia animal una anciana, con claros deseos de conversar. Para mi sorpresa se llama Blanca, es rusa, y se alegra de conocer un argentino. Tiene aspecto de dejadez. Carga unas bolsas plásticas del “Pyateroshka”, una suerte de supermercado “Día” ruso. Ella estuvo en Buenos Aires. Como una alarmante cantidad de adultos mayores, Blanca debe seguir trabajando. Por lo que entendí, tiene aproximadamente 89 años. Vende libros de su biblioteca en las calles. Me cuenta que fue profesora de Filosofía en la Universidad, en San Petersburgo, y pienso,  que desprenderse de sus textos, debe ser sumamente doloroso para ella.

Blanca es un personaje sumamente caótico para conversar, no entiendo cómo, pero de nuestro Quinquela Martín, pasando por los escritores románticos Aleksander Pushkin y Lermontov, terminamos hablando de los Guaraníes. “Yo soy indígena”, me dice con firmeza, “nací en un pueblo cerca de la frontera con Finlandia”. “Blanca, usted es saami” (los saami son un pueblo aborigen de Finlandia, Rusia, y demás países nórdicos), le digo, un poco alardeando de mi cultura general. Su rostro, tallado por los años se ilumina, y me dice con una ternura no característica de los lugareños; “Si, yo soy saami, y vos tenés que probar el queso que compré”. 

El maridaje entre el pan armenio y el queso de Blanca, era perfecto. Nos perdimos entre las caóticas aguas de un mar de palabras, temas, debates y opiniones. Finalmente, me despedí de mi amiga con un abrazo. Mientras el sol de la tarde, en falsa agonía, se agarraba con sus brillantes tentáculos de luz de las cúpulas del Krom de Pskov, y las calmas aguas del Rio Belikaya reflejaban un cartel de considerables dimensiones que decía; Rusia comienza aquí.

 

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