ARTE Y DEPORTE

SU TENSIÓMETRO ERA COMO UN MATE DE AMISTAD

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GENTE DE MI CIUDAD: MARTA CAPDEPON, AUXILIAR DE ENFERMERÍA.

 Por Raúl Bermúdez

 

La farmacia “Dolfato” es un clásico del centro comercial de José León Suárez. Ubicada estratégicamente en la esquina de avenida Brigadier General Juan Manuel de Rosas y Echagüe, en diagonal a la comisaría 4°, es atendida por sus dueños, Elsa Ester Dolfato y Luis Tree. Cuenta con un equipo en mostrador y caja, de excelencia. Pero además, desde al menos el año 2007 (según los registros de la farmacia), tuvo un “valor agregado”: la humanidad de la mujer que tomaba la presión a quienes requerían ese servicio.

Marta Élida Capdepon, suarence nacida el 15 de mayo de 1947, hija única de Élida Irma Leal y Jorge Andrés Capdepon, desde niña sintió pasión por todo lo que estuviera relacionado con la salud de la gente. Así lo cuenta su prima hermana, Hilda Mabel Sorondo: “De chiquitas jugábamos y hacíamos travesuras en la vereda de nuestra casa, con frente a la calle Independencia, casi esquina Washington, donde hoy hay un importante comercio de venta de zapatillas. Ya entonces le interesaban todos los temas vinculados a la salud”.

Luego de cursar su enseñanza primaria en la escuela Nº 3 y la secundaria en la Academia Rivadavia, la vida llevó a Marta a trabajar en diferentes comercios. Vivió un tiempo en el barrio conocido como Villa Hidalgo, localidad de Eugenio Necochea, en la esquina de Andrade y Mitre. Allí ya se dedicaba a aplicar inyecciones en el vecindario. Todavía vive en el barrio, su amiga del alma, Elba Irene Dorado, a quien toda la familia de Marta llama cariñosamente “la Tía Bicho”.

 

Si nos remontamos al año 1976 (tristemente célebre por ser el inicio de una sangrienta dictadura), podemos imaginar a una joven secretaria de recepción de la empresa “Química Argentina”, atendiendo a un joven Juan Jorge Iturrieta, empleado de una filial de la firma y futuro contador público recibido en la Universidad de Buenos Aires (UBA).

Dos años después, en el año del Mundial 78, Marta y Jorge se casarían, y luego nacerían primero Martha Soledad y después Jorge Javier. La “Tía Bicho” allí estaría para ayudar en la crianza y hasta el día de hoy sale a pasear con Jorge Javier. Esta hermana de la vida, también acompañaría el crecimiento de los nietos de Marta, hijos de Soledad, Ignacio y Facundo. La casa familiar esta ubicada con frente a la calle Washington, entre Independencia y Pacífico Rodríguez, lugar neurálgico del centro comercial suarence.

Marta comenzó a ejercer el oficio que había aprendido en estos años y que tanto la apasionaba, auxiliar de enfermería. Tuvo pacientes en José León Suárez, Villa Ballester, en los barrios del Área Geográfica Reconquista (AGR), siempre solícita, cuidadosa, amable. Mujer de carácter y firmeza, combinadas con una sonrisa abrazadora frente a las preocupaciones o los dolores de las personas.

Elsa Dolfato y sus compañeras de trabajo la definen así: “Era una persona calma, buena compañera, siempre positiva, se alegraba del bienestar de los demás, sus pacientes la recuerdan con emoción” y agregan “un ser especial que acompañaba atentamente con la escucha, empática, irradiaba calma y dulzura. Nos dejó en el corazón una huella imborrable”.

Susy, una de sus pacientes, recuerda que cuando se angustiaba porque le subía la presión arterial y estaba fuera del horario comercial, le enviaba un mensaje por whatsapp y la respuesta de Marta la calmaba y la presión volvía a la normalidad. Y cuando la atendía personalmente en la farmacia “el tensiómetro en sus manos era como un mate de amistad bien cebado”.

A Marta le gustaba la música, de chiquita Palito Ortega, de adulta Mercedes Sosa tanto como la buena repostería y las atrapantes vidrieras. Con Jorge, formaron una pareja conocida, querida y respetada en José León Suárez. Juntos viajaron por casi toda la Argentina. Compartieron tanto paisajes imponentes como la simpleza de largas charlas y caminatas por la avenida del Libertador, por tramos muy generosa en vidrieras. Jorge dice con humor nostálgico y seguramente un gran dolor que apenas expresa: “entre tantas virtudes que le atribuyen a Marta, hay una que señalaba mi madre, y que para mí es la mejor...era capaz de aguantarme”.

Soledad es su hija mayor, al recibirse de nutricionista eligió a su mamá para que le entregue el diploma porque: “siempre me inculcó que tener una profesión que ayude a los demás sería un gran honor” y agrega “también me transmitió la importancia de ser una mujer independiente”.

"Cuando Javi (su hermano menor Javier) y yo, fuimos más grandes, consiguió trabajo en la farmacia como auxiliar de enfermería". Según Soledad, allí encontró su lugar. “Le encantaba ir. Tenía mucha paciencia con quienes tenían miedo a las vacunas, especialmente con niños y niñas y con las personas adultas mayores. Otro de sus dones era que el pinchazo no doliera y que te escuchaba como si fuera una terapeuta”.

Casi como transmitiendo un legado final de su madre, Soledad nos dice: “Me enseñó a no quedarme en la tristeza, porque la vida es linda a pesar de todo. Su gran sentido del humor era una de las cosas que más me gustaba de ella... Nunca dejó de tomarse la vida con alegría”Irremediablemente, víctima de un tumor no detectado a tiempo por los médicos, Marta partió en febrero de este año. Ahora, con su mirada calma y comprensiva, nos sonríe desde el Cielo.

 

 

 

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