ILUSTRACIÓN: SEBASTIÁN ANGRESANO
Seguramente todavía debe impresionar a docentes y estudiantes, de la escuela secundaria “República de Alemania” de Chilavert, pasar por el patio de recreos donde se arrojó un joven alumno de 17 años, quitándose la vida, durante el pasado mes de julio. En agosto una adolescente se disparó en la cabeza, con un revolver calibre 38, durante el transcurso de una clase en el colegio Nacional de la ciudad de La Plata.
Trabajando como profesor en el nivel secundario de adultxs, a través del Plan Fines2, en los barrios de José León Suárez, en la materia informática incluíamos el tema “Cyberbulling” para la realización de trabajos prácticos de investigación. Siempre despertó mucho interés, sobre todos en las alumnas madres de adolescentes, que por lo general prepararon trabajos muy completos.
La revista “Anfibia” de la UNSAM (Universidad de San Martín) publicó hace poco un artículo de la antropóloga Paula Sibilia, argentina que reside habitualmente en Río de Janeiro, a quien conocí durante la presentación de uno de sus libros, “El Hombre Post Orgánico”, en la Feria del Libro de Buenos Aires.
A partir de sus reflexiones, intentaremos introducirnos en las causas sociales que son el contexto donde ocurren estos dramas personales.
Cuando yo era estudiante secundario lo que nos preocupaba era el castigo de los mayores: amonestaciones, suspensiones, llamados de atención en la “libreta de disciplina”, quedar “libre” por ausencias, llegadas tarde (media falta) o sanciones. Y era lo que más perturbaba a nuestros padres. Hoy esto ha sido superado por la preocupación por la sanción social de nuestros pares, en el caso de los y las estudiantes, el de sus compañerxs de colegio, de club, de ambiente.
Dice Paula Sibilia: “Tanto las notas bajas como las reprimendas disciplinarias parecen haber abandonado ese peso que tenían hasta hace poco y, en contrapartida, el bullying pasó a ocupar un lugar cada vez más central. (Ganan) prioridad esas otras puniciones que los mismos estudiantes se aplican entre sí, en las cuales no interviene la jerarquía institucional y cuyos motivos difieren mucho de las clásicas transgresiones a las reglas escolares. ”.
La “culpa” siempre fue un eficaz mecanismo de control social. Cuando un sistema político lograba, a través de la educación -formal e informal- que las personas aceptaran una moral determinada (lo que se considera correcto o no), la transgresión generaba culpa. Y si esa moral coincidía con la ley o los reglamentos, apartarse de ellos producía castigos. Sólo quienes lograban hacer un análisis crítico de las pautas recibidas y replantearlas a fondo se transformaban en “revolucionarios”, en la búsqueda de nuevos sistemas sociales.
Pero ahora se trata de otra cosa. Según Sibilia: “En el caso del bullying, el cuadro es otro: ya no sería la culpa lo que entra en juego en esas situaciones, sino la vergüenza…cuando se desata la vergüenza, el drama no emerge del yo sino que proviene de los otros… De modo que se trata de un problema público, no privado o íntimo, y sólo existe porque lo desencadenan los demás. Los otros constituyen el foco de este drama. Son aquellos que juzgan al protagonista de modo injusto, equivocado o hasta cruel, aunque él no tenga culpa de nada porque –en principio– no hizo algo considerado incorrecto para la moralidad en uso ni prohibido por los reglas de la institución”.
Es importante señalar aquí una diferencia clara entre “moral” y “ética”. La ética es una rama del pensamiento filosófico (de una parte del mundo que llamamos occidente) que intenta desde su “racionalidad” resolver qué es “bueno” o “malo”. La “moral”, en términos vulgares, es lo que una sociedad, en cierta época, considera malo o bueno.
La moral ha perdido fuerza porque ya no hay grandes consensos sobre lo que está bien o mal. No piensa lo mismo, al respecto, un/una adolescente que un/una anciano/a, o un/una habitante del conurbano que el/la de un pueblito de provincia.
Sobre esto reflexiona Sibila: “Así, mientras la culpa va perdiendo su ancestral eficacia moralizadora, el bullying insinúa que la vergüenza se está volviendo cada más eficaz en el modelaje de las conductas y las subjetividades. Esos desplazamientos pueden parecer sutiles, lentos y tal vez insignificantes; no obstante, conviene prestarles atención porque pueden ser indicio de una importante transformación histórica. Quizás sugieran la configuración de un nuevo suelo a partir del cual pensamos, sentimos, actuamos y valoramos nuestras acciones.”
Podríamos objetar que esto, de alguna manera, siempre existió. La mirada de los otros nos modelaba bajo la sentencia de los padres que decían cosas como “Mirá que después los vecinos hablan” o “No sólo hay que serlo sino también parecerlo”.
Pero, ahora este mecanismo de despersonalización funciona: “Con ayuda de las tecnologías digitales de comunicación cuyas estrellas son los dispositivos móviles conocidos como smartphones o teléfonos celulares inteligentes. Esos aparatos no tienen más de diez años de existencia, pero que ya ´todos´ poseemos al menos uno y lo llevamos a todas partes. Además de tener cámaras fotográficas y de video embutidas, sus pantallas operan como espejos de múltiples reflejos y ofrecen acceso permanente a las redes informáticas. Esos tres elementos son primordiales –cámaras, pantallas y redes–pues permiten operar en la visibilidad y la conexión sin pausa, dos vectores que se han vuelto vitales para la construcción de las subjetividades contemporáneas.”
Dice Sibilia que hablar de “belleza interior” o aquella conocida frase de Antoine de Saint Exupery en su obra más difundida “El Principito”: “Lo esencial es invisible a los ojos”, hoy pierde sentido social frente a la “vidriera” de las tablets y los celulares. Son lxs “seguidorxs” – espectadorxs “…quienes tienen la capacidad de decir quién es cada uno y cuánto vale, incluso de un modo muy literal: haciendo clic en el botón “me gusta” o bien despreciando sus manifestaciones visibles.”.
Para el o la adolescente -de cualquier edad- vivir “en la vidriera” tiene una atracción fatal. Así no sacamos fotos, por lo general horribles, en las selfies, nos filmamos haciendo verdaderas boludeces. Escribimos mensajes todo el tiempo contando intimidades que a nadie importan, pero que posibilitan que nuestros “contactos” escriban otras intimidades que a nadie importan. Porque: “La interconexión supone una dinámica que desconoce cualquier límite: no hay barreras espaciales ni temporales, sus tentáculos inalámbricos alcanzan todos los rincones y funcionan las veinticuatro horas del día, sin descanso nocturno ni de fin de semana o de vacaciones. De allí su inmenso potencial invasivo y el riesgo constante que es necesario administrar”.
Pero ¡Ojo! Que en un descuido podemos “viralizarnos”, esto es, transformarnos en un bicho o una bicha, que va de un lado al otro, sin control, siempre “al borde del peligro de ser destruidxs a fuerza de una humillación que se propaga al infinito”.
Gracias Paula Sibilia
Raúl Bermúdez
Algunas frases de despedida (textuales según trascendieron):
Ella: "Chau mierdas. Dejé un juego en la mochila. El que lo encuentre se lo queda".
Él: "Jamás tuve el valor de decir qué tan hecho mierda estaba. Hoy me desespera saber que mi sueño se cumple. Si sabrás, me late muy fuerte el corazón y lo hizo al instante de caer. Cerré los ojos y me despedí".