El sustantivo femenino plebe, con origen en el latín plebs y raíces indoeuropeas, desde la antigua Roma, designa a las clases “bajas” de la sociedad. Eran diferenciadas claramente de los patricios (patricii o patricius), que contaban en sus familias con antepasados, que eran (patres) fundadores de Roma.
Obviamente, la clase plebeya era más numerosa, por eso su nombre pasa a ser sinónimo de “masa”, “mayoría” (vulgo en latín o plethos en griego antiguo). De allí se derivan términos en español castellano como “pletórico”, sinónimo de lleno, numeroso, o “plebiscito” para nombrar la consulta a las mayorías.
Desde una mirada “patricia”, la “cultura” se cierra y clausura en las tradiciones de los “padres fundadores”, entendidos siempre dentro de una misma clase social “noble”, excluyendo sin más, el protagonismo de los pueblos en la historia. Se asimila así cultura con expresiones artísticas “elevadas”, propias de las elites ilustradas.
La cultura plebeya, en cambio, es una forma de vida, dinámica, social, comunitaria, que se recrea con la experiencia histórica, desde la adversidad de ser “de abajo”. Por eso a los ojos de las elites dominantes, por momentos el vulgo, los y las vulgares, irrumpimos en sus escenarios con insolencia transgresora, políticamente incorrecta, que “violenta” el orden y las buenas costumbres establecidas.
El lunes 30 de noviembre, en la apertura de la sesión especial convocada en la Honorable Cámara de Diputados de la Nación, dos territorios plebeyos llenaron de Pueblo, el recinto de sus “representantes”: Fiorito (Lomas de Zamora) y Villa Hidalgo (José León Suárez. General San Martín).
Así la camiseta del “10”, estuvo sobre el estrado de la presidencia de la cámara y "El Diego" sonó en la voz de quienes pidieron la palabra para rendirle homenaje. Y en la ceremonia inicial, luego del izamiento de la Bandera Nacional, pudimos ver en pantalla gigante y transmisión directa por televisión y las redes, a los pibes y pibas de la Orquesta Estable de FM Reconquista, recreando el Himno Nacional, con sus ritmos, bailes y colores.
A la música del catalán Blas Parera, compuesta por orden de la Asamblea del Año XIII, el músico y político Juan Pedro Esnaola, le hizo modificaciones y arreglos en 1860. La partitura original se extravió. La poesía de Alejandro Vicente López y Planes fue reducida a la primera y cuarta estrofa y el estribillo, quitando los versos más guerreros. Nuestra Bandera Nacional, no estuvo exenta de mutaciones en forma y color, entre el azul y el celeste y la cantidad -de dos a tres- y el orden de sus bandas o franjas.
Así como los vaivenes políticos de nuestra historia fueron modificando los “símbolos patrios”, la juventud de los barrios populares los re-significa en forma, contenido y profundidad. Es la irreverencia plebeya que cuando asoma a la superficie se exhibe desbordante, sin pedir permiso, transformando la realidad a cada paso. La cancha y el barrio se llenaron y llenaron de Bandera y de Himno nuestra Legislatura. Y todavía… nos queda mucho por llenar.