Por Raúl Bermúdez
Han pasado 45 años desde el martirio de quien fuera Obispo católico de la provincia de La Rioja (para la división territorial eclesiástica es la Diócesis de La Rioja), Monseñor Enrique Ángel Angelelli, asesinado por orden de la última dictadura cívico-militar argentina. También lo fueron, días antes, dos de los sacerdotes que trabajaban con él, Carlos de Dios Murias y Gabriel Longeville y un laico, dirigente de las cooperativas agrarias impulsadas por el obispado, Wenceslao Pedernera. A los cuatro se los conoce como “Los Mártires Riojanos”.
Las palabras “mártir” y “martirio”, vienen del griego y pueden traducirse como “testigo” y “testimonio”. Así la iglesia considera “mártires” a quienes se les quita la vida violentamente, a causa de su testimonio de Fe, de su defensa de la Verdad del Evangelio.
Esto es lo que ocurrió en el año 1976: El 18 de julio de ese año Los padres Carlos y Gabriel fueron secuestrados por personas que se identificaron como pertenecientes a la Policía Federal, fueron brutalmente torturados en la Base de Chamical de la Fuerza Aérea. Luego arrojaron sus cuerpos acribillados a balazos en una ruta cercana. Unos días después, en la noche del 24 al 25 de julio, un grupo armado disparó a Wenceslao en su casa de Sañogasta, frente a su mujer y sus hijas. Murió horas después.
El 4 de agosto, asesinaron a golpes en la cabeza al obispo, en el paraje "Punta de los Llanos", cuando volvía de Chamical, de celebrar una misa ofrecida por sus dos sacerdotes martirizados días antes. (Una coincidencia significativa, si las hay, es que en esta fecha se celebra el “Día del Sacerdote”, en honor a San Juan María Vianney, conocido como “El Santo Cura de Arns”).
La Rioja estaba bajo el control del Tercer Cuerpo de Ejército, comandado por el entonces general Luciano Benjamín Menéndez. Este junto al comodoro Luis Fernando Estrella, después de un larguísimo juicio y ya en democracia, fueron condenados por el asesinato de Angelelli. Durante la dictadura se presentó la muerte como un accidente de tránsito, ya que habían hecho volcar el vehículo donde viajaba el obispo, antes de asesinarlo.
Si bien pasaron a la historia como “Los mártires Riojanos”, ninguno de ellos había nacido en esa provincia. Angelelli y Murias eran cordobeses, el padre Gabriel francés y Wenceslao había nacido en San Luis, era un puntano que llegó a La Rioja como trabajador golondrina.
Carlos de dios Murias además pertenecía a la Orden de los Franciscanos Menores Conventuales (OFMC), y ejercía su ministerio sacerdotal en la parroquia Inmaculada Concepción. Aún hoy se recuerda su intenso trabajo con la juventud en los barrios de lo que hoy llamamos el Área Geográfica Reconquista. Llevan su nombre una calle y un centro juvenil municipal en el barrio Independencia.
Fray “Mingo” Rehín, hasta hace poco “guardián” y párroco de la comunidad franciscana suarence, que supo trabajar en la diócesis de La Rioja, escribió el libro “Memorias de un Testigo”, sobre la vida de Fray Carlos. También frente a la estación de José León Suárez, debajo del puente que cruza las vías, se pintaron murales con los rostros de los mártires.
Junto con Angelelli viajaba el padre Arturo Pinto a quien tuve la oportunidad de conocer unos años después. Él salvó su vida, quedó inconsciente sobre el asfalto y cuando despertó encontró el cuerpo muerto del obispo. Luego de una gran crisis emocional y espiritual, formó una familia y se radicó en la provincia de Formosa donde se dedicó al trabajo social. Su testimonio fue crucial en el juicio por la muerte de Angelelli.
¿Por qué la dictadura se ensañó con tanto odio contra estos hombres de Dios?
Evidentemente les resultaron intolerables las comunidades cristianas comprometidas con la justicia social, en opción por los pobres, que enfrentaban con su accionar pastoral un proyecto político impuesto violentamente, por un golpe de Estado, de entrega de las riquezas de la Patria al extranjero, y sostenido por una feroz represión que no respetó ningún derecho humano, ni la ley ni la Constitución Nacional.
Para recordar a los mártires, habló por FM Reconquista de José León Suárez, Ramona Rodríguez, catequista de La Rioja, quien dijo: “Tenían un proyecto común, había una comunidad que soñaba y fue silenciada. Había una pastoral de conjunto que seguía las enseñanzas del Concilio Vaticano II”. Recordemos que un concilio general es la reunión de todos los obispos del mundo, convocados por el Papa. El Vaticano II lo convocó Juan XXIII y lo concluyó su sucesor Pablo VI, y sus conclusiones iniciaron un gran proceso de renovación de la Iglesia.
Precisamente estas enseñanzas intentaban llevar a la práctica el Obispo asesinado y su comunidad diocesana. Es ampliamente conocida una frase de Enrique Angelelli que sintetiza su pensamiento y su obra: “Hay que trabajar con un oído en el Pueblo y el otro en el Evangelio”.
“No hay mayor amor que dar la Vida” nos enseña el Evangelio. “El Pelado” Angelelli y sus compañeros lo hicieron, como verdaderos profetas que denuncian la injusticia. A pesar del silencio cómplice de la mayor parte de la jerarquía eclesiástica de aquella época nefasta.