Nuestra memoria personal suele ser selectiva, es una condición humana. Es decir que nuestro cerebro selecciona lo que queremos recordar y opaca aquello que nos perturba. Lo mismo ocurre, a veces, con la memoria histórica de los pueblos. Por eso es tan importante la celebración de un DÍA NACIONAL DE LA MEMORIA POR LA VERDAD Y LA JUSTICIA, cada 24 de marzo, en Argentina.
Algo parecido ocurre con nuestra aproximación a la verdad. Siempre está mediada por las interpretaciones que hacemos de la realidad. Los hechos son los hechos. Pero su relato depende de la perspectiva desde donde se los mira. Nuestro conocimiento del mundo del que formamos parte, está inevitablemente condicionado por nuestra historia personal, familiar, social, educativa, religiosa, ideológica, etc., etc.
Y la justicia es una construcción social. Lo que era justo para el Código de Amurabi o su símil judaico, la Ley de Moisés, no lo es para la jurisprudencia moderna. Si para las sociedades antiguas significó un avance civilizatorio el “ojo por ojo”, para los humanismos de variadas corrientes, “con el ojo por ojo quedaremos todos ciegos” como bien decía el Mahatma Gandhi.
Por eso para recordar el golpe de Estado del 24 de marzo de 1976, lo haremos desde un paradigma histórico-político, con categorías de análisis propias de una perspectiva nacional y popular. Porque siempre se analiza “desde” una posición, y es de honestidad intelectual, explicitarla desde el comienzo. Dicho esto señalaremos que:
Primero: Lo sucedido en Argentina fue parte de un plan continental, diseñado por el Departamento de Estado de los Estados Unidos de Norteamérica (su “Cancillería”), que promovió la instalación de las dictaduras latinoamericanas y caribeñas.
Segundo: El brazo armado de esas dictaduras fueron sectores de las propias instituciones armadas nacionales, que actuaron como “fuerzas de ocupación” de sus propios países.
Tercero: Para ello se eligieron cuadros militares formados en la “Escuela de las Américas”, verdadero think tank (tanque de pensamiento) geopolítico, basado en la llamada “Doctrina de la Seguridad Nacional”, que definía como “enemigo interno” a toda persona u organización que se opusiera a los planes coloniales.
Cuarto: Pero el golpe no fue sólo militar. Fue cívico-militar o más precisamente oligárquico-militar, si definimos como oligarquías a los poderes económicos, aliados a los imperios de turno y que ponen sus intereses por encima del bien común de la Nación.
Quinto: El objetivo del golpe fue instaurar –a la fuerza- una política económica neo-liberal, en su versión setentista, inspirada en la escuela económica monetarista de los llamados chicago boys del pinochetismo chileno, que nos precedió tres años como dictadura. Todo ello en un mundo occidental que retrocedía a una división internacional del trabajo propia del siglo XIX, en la que las colonias aportamos materias primas y los países centrales controlan la ciencia y la tecnología. Sus figuras políticas más representativas fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher.
Sexto: Por eso el poder económico se concentró en los sectores agroexportadores, que no obtienen sus ganancias del mercado interno. Y su exponente mayor fue el ministro de economía de los cinco primeros años de dictadura, José Alfredo Martínez de Hoz. Su misión fue destruir la industria nacional, regresar el país a una economía primaria agraria y crear lo que se conoció como la “Patria financiera”, que convirtió al dinero, en un bien especulativo en sí mismo, quitándole su función de instrumento de cambio de la economía real.
Los “Capitanes de la industria” como se conocía a unas nueve familias argentinas vinculadas a emporios multinacionales, se refugiaron en lo que se dio en llamar la “Patria contratista”, manejando desde antes de las privatizaciones de los 90´los negocios del Estado, en función de sus intereses particulares. Entre tanto la pequeñas y medianas empresas (PYMES) se fundían con su secuela de desocupación y pobreza, incluidas miles de personas con capacitación profesional de calidad, que pasaron a manejar taxis o atender un quiosco.
Séptimo: En la sociedad argentina de entonces, todo esto hubiera sido imposible en democracia. Por eso fue necesario exterminar toda resistencia a sangre y fuego: secuestrando, desapareciendo personas, torturando, encarcelando, matando, en definitiva, exterminando los “cuadros políticos” de una generación altamente politizada y con “conciencia nacional” y “sentido popular”.
Por último, a quienes añoran la “seguridad” de los tiempos de dictadura, sólo les señalaremos que fue precisamente en aquellos años violentos, cuando se introdujo la droga barata (falopa en nuestro lunfardo) en los barrios populares, como una movida táctica dentro de una estrategia general de adormecimiento de la juventud. Esto sumado al cierre de fábricas y su consecuente desocupación, crearon el caldo de cultivo del escapismo y el sálvese quien pueda y cómo pueda, de la generación “ni – ni” (Ni estudian ni trabajan), que –entre otras causas- nos sumergió ya en democracia, en un estado de permanente inseguridad y violencias ciudadanas.
Toca al Estado democrático y a las organizaciones de la sociedad civil (OSC), que nacen al calor de las necesidades insatisfechas aún no resueltas, remediar el daño social acumulado y sembrar nuevas condiciones históricas, más justas, más liberadoras, más felices, para nuestra Patria y su Pueblo.